Perfume
Sire dejó de ser aquel caballo de pura sangre que tanto hizo contentar a la pequeña Elene, un ejemplar de pura raza. Antes de llevarlo a su cuadra, le gustaba de verlo en la zona ecuestre y así apreciar el brillo de su pelo. Se imaginaba contemplar una estrella que cae del cielo.
En Grasse, capital de la región de la Provenza Oriental, a tío Arthur no le importó embarcar desde Inglaterra con él convencido de contentar a su querida sobrina. Su padre, tan sólo había fallecido hacía unos meses. No hubo más que hacer. La emoción de ver a Sire, fue lo la motivó para sentirse la niña mas feliz del mundo.
La familia Lamber vivía cómodamente, con una extensión de terreno para el cultivo de plantas aromáticas. La fortuna no siempre está de nuestro lado, sino por azar de la vida puede girar a otra realidad. El ambiente de Elene era de lo más selecto, la música le hacía sentir una vibración especial. El compositor al que más admiraba era Robert Schumann. La mitología le encantaba, sobre todo el periodo de la Grecia Clásica, era pura fascinación.
Niza apenas distaba a solo unos kilómetros de distancia. Cloe, su hermana, siempre estaba dispuesta a acompañarla, pero ella quería hacer sus compras a solas, se sentía mas cómoda. Cuando llegaba el verano solía quitar la capota a su coche y el aire fresco que sentía en su piel, le recordaba a su caballo Sire. Aquellos paseos por los prados de Grasse, recordarlo, le hacía sentir una sensación de plena libertad, su pelo se alborotaba tanto que a veces su diadema quedaba dispersa por algún rincón del prado, pero su imaginación llegaba al límite de sentirse algo así como una Diosa, una divinidad, abriendo paso a todo aquél que necesitaba sus plegarias: “buscadme, yo os ofrezco lo que os haga feliz”.
Atrás quedaron sus años de matrimonio. Cuando, por un instante le venía a la memoria, trataba de pasar a otro pensamiento, aunque a veces no lo conseguía: “quedan señales como pies desnudos por ascuas calientes”. Se decía a sí misma: “ya no creo en el amor”, pero en el fondo de su ser, sabía que no estaba en lo cierto, porque sí creía en él. Los sentimientos tienen matices como la paleta de un pintor, Cuando hacen sus mezclas se equivocan en el tono que quieren dar a su preciado cuadro, y no por ello abandonan sus pinceles, si no que con más ahínco dan lo mejor a su obra.
Una noche después de la cena, Cloe y su madre marcharon para sus habitaciones, aunque ya la víspera, Elene lo tenia todo planeado: vestido negro de seda, zapatos de punta en piel, sombrero y echarpe ligero. Abrió la puerta a su coche y marchó para un local de los más distinguidos de Niza, pidió una copa en la barra, tan sólo distaban dos personas de aquel caballero, entre ambos hubo unas miradas insinuadas, la música crea un ambiente perfecto para darse a conocer, tomaron asiento en un espacio donde el sonido de la música era mas suave. Entre copa y copa charlaron animadamente, algunas risas brotaron de sus voces, la siguiente melodía ambos la conocían, se pusieron en pie, a pasos lentos pisaron la pista de baile. Auguste, con un impulso fuerte, la tomo por la cintura y sus manos cruzadas rozaron su pelo. Fueron apenas unos minutos, sin saber muy bien de esa angustia, salió del local corriendo, cogió su coche, sin lágrimas en los ojos, se decía a si misma: ¿es pronto?, ¿me he precipitado?. No sabia muy bien lo que le estaba pasando, y rendida, se dejo caer.
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